"Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: la razón y derecho en la lucha."
Miguel de Unamuno

martes, 25 de enero de 2011

Otro examen

Esto me ha hecho recordar el día del examen que me quedé dormida. Parezco la abuela cebolleta recordando tiempos pasados que fueron mejores. Porque al final sí que fue un buen día. Lo que en un principio estaba destinado a ser un infienno de día, acabó siendo un buen día. Y lo fue mejor cuando supe la nota del examen.

Había estudiado mucho mucho mucho. Pero mucho para ese examen: “Gramática descriptiva”.
Había ido casi todos los días a clase y había entregado todos los ejercicios. Solo había un nubarrón que se cernía sobre mi mente y era un examen tipo test que había hecho con anterioridad e intuía que me había ido mu malamente.
Pero yo me había preparado muy bien el examen final. Había hecho mil ejercicios, había consultado bibliografía de reputados filo-locos, digo filólogos y había agobiao a mi profe con mails e incluso lo había acosado en su despacho con mil preguntas.

Llegó la noche antes del examen y dejé de repasar a las 21h. Cené tranquilamente y me fui a dormir pronto. Estaba siguiendo concienzuda y tozudamente un plan para que ningún imprevisto me distrajera ni me pusiera nerviosa el día del examen.
Poner el despertador para que me sonara una hora antes y así repasar con calma. El despertador de ese móvil es muy gracioso: es un gallo que hace su kikirikiiii a la vez que una trompeta da el toque de diana. Aunque esta información parezca irrelevante (y tonta), más adelante se comprenderá que es bastante importante saber qué tipo de despertador es.
Preparar las naranjas para exprimir.
Preparar el pan para tostarlo al día siguiente.
Tener a punto la ropa para vestirme rápidamente.
Ir a dormir pronto.

Bien, suena perfecto, ¿verdad? Pues el día siguiente me desperté por mi cuenta muy relajada, muchísimo! Pensando que me había despertado un poquito antes de que sonara el despertador, quise saber la hora exacta y miré la hora. Creo que abrí mucho los ojos y luego los entorné, los abrí mucho y los volví a entornar unas cuantas veces para asegurarme de que era realmente la hora que marcaba: las 8 de la mañana. El examen era a las 8:30 y yo estaba en la cama a las 8 h de la mañana…
Unos cuantos exabruptos salieron por mi boquita de piñón acompañados por unos angustiosos “no puede ser no puede ser no puede ser!!!!”.
Naturalmente, Pedro no tuvo otra opción que despertarse con un “Qué pasa? Qué pasa!?” -“Que me he dormíoooooooooo! Que no llegooooooooooo! Que no podré hacer el exameeeeeeeen!”.
Claro, él me entendía perfectamente; él sabía lo importante que era ese examen para mí. Había sufrido en sus propias cannes lo tremendamente pesada que me pongo cuando estoy de exámenes y ni se podía imaginar la bestia en la que me convertiría si no llegaba a tiempo para hacerlo. Así que se levantó enseguida y mientras se ponía la camiseta dijo “te llevo, deja de lloriquear, que te llevo en moto”. Yo, por supuesto, continué lloriqueando y maldiciendo mi suerte pero sobre todo insultaba al único culpable de mi desgracia: el puto despertador que no había sonado!!
Mientras corría a la cocina para desayunar rápidamente, Pedro, que es muy sensato, me gritó “pero qué haces, loca! Que nos vamos ya, YA!!”. –Pero es que mi plan… tengo que desayunar antes de hacer un examen!!. –Mira, bebe agua, coge estos cacahuetes rancios que están encima de la mesa y cómetelos por el camino. Y continué lloriqueando...

Pedro es un buen conductor, respeta todas las señales de tráfico y en general toda la normativa. Pero ese día no respetó ná de ná. Vamos, que nos pilla un urbano y le quita todos los puntos. Y la excusa de "es que llego tarde a un examen" no hubiera servido de nada, ni siquiera con los lloriqueos.

Después de unas cuantas temeridades e imprudencias, conseguimos llegar a la facultad y me dispuse a correr con ese natural gracejo que me caracteriza para llegar cuanto antes al aula. Llegué con 15 minutos de retraso, acalorá, estresá, agobiá y sobre todo despeinada.

A las 9 de la mañana me había logrado tranquilizar y concentrar cuando suena mi despertador con su jodido kikiriki y su trompeta de las narices, sonaba y sonaba y yo no lo encontraba, y la gente me miraba y pensaba... qué pensaba??
La menda lo había puesto a las 9 de la mañana, pero de todas maneras sé que la culpa final era del despertador. Me consuela pensar que la culpa fue del despertador.

3 comentarios:

patirke dijo...

Me encantaba el sonido de ese despertador que en Irlanda nos hacía volver a la realidad de nuestro nidito de amol...
Ai Moncho (si me dejo la n y la c suena mu mal) cómo me reí el primer día q me contaste la anécdota jajaja ni aún con prisas olvida el desayuno...por cierto, ¿q se preparará la princesa mañana?

patirke dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

comentario suprimido es un nombre muy tonto!!! y la censura o autocensura son de las cosas mas tontas de este mundo!!

Besos

TT