Una mañana de sábado de primer día de regla me levanté con la sensación de que todo me malía sal.
Júpiter arrastraba unas anginas chungas y mi guerrera me pedía marcha desde hacía ya un buen rato, así que dejé de fantasear con que el pochito prepararía el desayuno y me levanté para pelar la fruta. (Mira que me gusta comerla pero pelarla... Brrr!!)
Con la misma energía que un zombie en un plató de mujeres, hombres y viceversa (uauuu es buena esta figura, verdad?), me arrastré hasta la cocina para intentar activarme.
Tras las tropecientas torradas de mantequilla y miel que me zampé me dispuse a acicalarme (cuando acicalarme quiere decir quitarme el pijama-chandal de andar por casa, lavarme los dientes y ponerme la crema hidratante).
Así que mirando la realidad frente al espejo, con esas ojeras profundas y esa palidez draculina hepática decidí pintarme los labios para dar una imagen más saludable sin muchas pretensiones.
Salí del baño y me reuní con ellos en el recibidor, con las chaquetas y la vista puesta en los zapatos que se ataban.
De repente tu mirada, esa mirada sincera, preciosa, del amor más puro que pueda existir consiguió que me sintiera guapa y capaz de comerme el mundo. Tu " papa, mira què guapa que és la mama!" hizo que me olvidara de todos los cansancios y sangres y porras y me mirara al espejo contenta y satisfecha.
miércoles, 14 de marzo de 2018
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario