"Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: la razón y derecho en la lucha."
Miguel de Unamuno

domingo, 21 de junio de 2009

In memoriam

Damos y caballeras, a continuación podrán disfrutar de la lectura de una breve historia.
Es una pequeña tragedia doméstica sin mucho glamour pero con mucho pathos, así que voy a escenificarla a lo disney, es decir: con muchas lágrimas, con mucha crueldad, sin nada de compasión y con mucho ánimo de removeros las entrañas; sin concesiones.

Érase una vez un humilde cuchillo que vivía felizmente con su familia en un pringoso pero honrado cajón de cubiertos. Su vida era tranquila y sin sobresaltos: del cajón a la mesa, de la mesa al fregadero, del fregadero al escurridor y del escurridor al cajón. Podía valer para untar mantequilla, para pelar una fruta, cortar un trozo de fuet, ayudar a tirar a la basura los restos de comida del plato, o incluso como instrumento para hacer palanca! Ay, la verdad es que este entrañable cuchillo era muy útil y por ello se sentía satisfecho. Permítanme añadir que era el típico cuchillo obrero: cada día cumplía eficazmente su cometido, siempre que lo afilaban se mostraba sobradamente agradecido y nunca nunca se quejaba. Ni siquiera se quejaba cuando llegaba el gran día de fiesta en el que fantaseaba con la idea de poder lucirse cortando a la primera un magnífico entrecot pero lo guardaban celosamente en el grasiento cajón. Porque, damos y caballeras, el cuchillo de esta historia era un cuchillo cualquiera, el del trote, el típico de IKEA, el de cada día. De todas maneras, se consolaba con que peor era ser un cuchillo de cubertería de 24 piezas de esos que regalan los bancos a los recién hipotecados y que se quedan sin utilizar en el cutre maletín...
En fin, este buen cuchillo era un cuchillo agradecido con la vida y con sus amos. Sabía de la existencia de otros cuchillos que habían protagonizado trágicos sucesos y que los habían convertido en célebres armas blancas. De sólo pensar en esas historias se le oscurecía el acero inoxidable; él no quería ser un arma, sólo quería ayudar a comer.
Una buena noche, después de cortar una tortilla a la francesa como cena, se quedó en el plato durante un buen rato. Era un momento que no se solía durar mucho pero lo disfrutaba al máximo porque retozaba libremente con otros elementos: migas de pan, restos de tortilla, la servilleta... Pero sobretodo dedicaba los escasos minutos a compartir impresiones y reflexiones con su fiel compañero: el tenedor.
De repente notó el placentero hormigueo del vértigo por ser elevado con velocidad de la mesa para dirigirse a la cocina en volandas. Allí sabía que tenía que ayudar a los amos a eliminar las migas, servilletas rotas y demás deshechos. Mientras una mano aguantaba el plato, la otra se ayudaba del tenedor o del cuchillo para que todas las sobras cayeran en la basura. Pero al momento se dio cuenta de que algo no iba bien: él no estaba siendo agarrado!! El amo sólo agarraba el tenedor para deshacerse de lo que en ese momento era ya considerado basura. En el mismo instante que su cuerpo tocó una servilleta aceitosa, una piel de manzana y unas cáscaras de huevo supo que su vida cambiaría para mucho peor.
Ni se molestó en intentar salvarse porque sabía que nadie repararía en la falta de "un cuchillo más". También supo que si algún día alguien se diera cuenta que faltaba, nadie lo echaría de menos porque era perfectamente sustituible. Así que con ese estoicismo propio de los desgraciados que aceptan su cruel destino se quedó quieto y vio como cerraban la bolsa, eso fue lo último que vio. Notó como lo sacaban a la calle y lo tiraban a un maloliente contenedor de un golpe muy brusco y con mucho desprecio. "Claro" pensó el cuchillo "soy basura y me arrojan como tal, como la basura que soy y seré hasta el fin de mis días".
De esta manera fue consciente del momento en el que bolcaban todo el contenedor al camión de la basura y mientras era transportado hasta el vertedero municipal se permitió el lujo de hacer una modesta reflexión: "cuántos cómo yo se encontrarán en esta misma situación aquí y ahora? Encarcelados en sus respectivas bolsas de plástico, rodeados de deshechos, y con un destino tan putrefacto...?".
El pobre cuchillo fue arrojado al vertedero y allí fue pasto de las ratas y las gaviotas.
Fin.


Así que ya sabéis, niños y niñas, mucho ojito a la hora de tirar cosas a la basura.

Querido tenedor de toda la vida, te extraño.

3 comentarios:

Markus dijo...

snif snif... Que gran relato, me ha llegado al corazón. Yo confio en que en los vertederos haya una especie de universo mad max de cubiertos, donde viven felices en una especie de mundo post-apocalíptico y se montan sus guerras contra las ratas. Seguro que ganan puesto que el cuchillo cualquiera del IKEA que no quería ser un arma, será entrenado en las disciplinas de lucha más mortales del universo por un cuchillo jamonero, y con su fiel amigo el tenedor rescataran a todas las cucharillas de postre olvidadas en el interior del iogurt vacío.

DaeConE dijo...

Y cuál sería el grito de guerra? Algo así como: "antes partío que mal afilado"

Markus dijo...

el grito de guerra sería, por supuesto: "Todos a cubierto!!!!" :P